EL LAPACHO


















Mientras él las miraba,

por la boca de las hojas salían nombres,

frases y lágrimas.

Las gotas de lluvia,

que esperaba con certeza

y paciencia ejercitada,
se abismaban 
pluralmente indudables.

Con voz bronca, gutural,

los ojos amarillos, asidos a las ramas,

describían la voz que sale

de las fosas invisibles.



Él, pensaba en volver.

En cerrar los puños y saltar.

No quería esperar más.

Su vida, raíz sin árbol,

tenía el rostro de la espera,

cajón de albura vacío,

sin templanza ni candor.


Había extraviado tantas cosas,

tantas páginas sin ver,

acodado en la proa

de barcos ambulantes.




Entonces se detuvo, a golpe seco,

para observar las baldosas

de la galería, cuya frente mira al sur

con entereza.

Supo que era tarde ya, para volver.

De lo que fue, allí nada quedaba,

salvo el trozo de tierra

que lo espera ancestral,

bajo los rayos solares que estrellan

el hemisferio cribado del lapacho.

Entonces, ya sabido su destino

pudo descansar, después del salto.



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