PORVENIR

EN el bosque
se abren miles de ojos
ante el cuerpo del trueno.
Tallo verbal,
del que nacen las hojas
y las flores.

A lo lejos,
sentados frente a frente 
el día y la noche se enamoran,
para que podamos soñar 
la buenaventura,
descifrar el lenguaje de los gestos,
o atravesar afluentes;
fundar islas, para dejarlas desiertas
o reinventar los aromas, las pasiones
y los barcos que nos lleven
por todo el universo.

Somos tan finitos,
que negarnos la invención
sería el mayor de los errores,
dejando al bosque sin ojos
y al trueno sin cuerpo.

Somos el árbol, la rama,
y las flores.
Somos la caricia o el temblor
de un desencuentro, 
un beso que nace
y se pierde en el aire.

No dejemos
que esto suceda a menudo. 
Es tan corta la vida
y tan escaso el tiempo,
que apenas podremos
memorizar la senda
que nos lleve 
a un mañana posible.

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