EL AMOR DE LOS ADIOSES

Por la mañana
cuando aún duermes
dejo que tu risa
constele mi asombro. 
Entonces despacio
en silencio me levanto
deambulo el pasillo 
y lavo mi rostro
mientras de a poco
el espejo me devuelve 
al presente taciturno. 
Y yo
a fin de olvidar el futuro
reinvento un pasado
tejido de luces
a ver si soslayo 
las naves de amargo velamen.

Hay adioses inminentes.


Entonces, 
cuando otra vez amanezca
qué haré yo 
sin el trigal de tus labios
sin esas manos que anidan
mis más preciadas querencias.
Tal vez llorar
en el rincón
donde lunece la pena
clara y redonda
presa en el pan de tus dedos
en el universo de tu frente
que añoraré tantos días.

Te llevo tan dentro
hijo mío
que no hay lugar para olvidos
ni para abrazos caídos.
Me llevas tan hondo
en tus gestos 
mientras la vida te otorga
la dicha de ser mi destino
el último fiel mensajero
que llevará lirios frescos
cuando por fin en la tarde
los tordos alcen el vuelo
y dejen libre mi frente.

A mi hijo Hernán

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