ASCENSIÓN

AL subir,
descalzo, siento bajo mis pies
la rugosidad fría de las baldosas.
 

No me detengo
y subo una vez y otra vez,
aunque alguna tarde
no pase del primer escalón.

 
Sin hablar, sin pensar,
respiro las rendijas luminosas
de las ventanas blancas.
Alguna vez las pintamos de naranja.
¿Lo recuerdas?

Acaricio,
me acaricio los hombros
y vuelvo a subir,
sabiendo que estás,
y que voy.

 
Esas ventanas blancas, que las manos de Inés, Hernán y Daniel, pintaron de anaranjado, en la Calle Mendoza, número tres mil doscientos cincuenta y siete, de San Miguel de Tucumán, alguna vez, hace tiempo.







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