EL CÍRCULO

A las seis en punto se declara el invierno,
y los brazos del hombre,
extraen otra vez, del útero marrón,
las estacionarias gemas del frío.
Esta noche envejecieron los troncos, 
las hojas, y los pabellones
donde escribe su música
el viento enardecido.

Esto, bien lo sabe el hombre, 
que no habla,
mientras su mirada se pierde,
en el cuerpo agonizante de la hoguera.

Entonces descansa,
se sienta y acaricia el lomo escarchado
del perro que lo observa,
y levanta las orejas,
dejando su mirada en el aire,
observando, tal vez, 
algo que el labrador no puede ver.

Así, arropado por los primeros rayos
de sol, el hombre se levanta
y acude al rumor de una acequia,
donde su rostro agrietado,
se refleja en la serpiente del agua.
Esto sí lo puede ver, y piensa que mañana
otra vez, su mano armará el calor
sobre el lomo del perro, que fijará los ojos
en un punto impreciso
del tiempo y el espacio.

En ese punto, el hombre nace
y muere, cada día, a la misma hora.



 

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