PRIMAVERA

ABRE esta mano una arteria
en el aire, por la que pasa
la luz sin firmamento ni historia.

Sólo la luz, 
que despedaza las rodajas del pan,
los gajos de un pomelo y, acaso,
las últimas ternuras del invierno,
que es, a saber, un cordero
que agoniza y se retuerce
ante el paso trepidante del deshielo.

Lloran, no obstante, algunas hojas,
algún gorrión, ante tanta bravura,
ante el pié de quien guía los hilos
del viento, los extremos de la madeja
que ahora gira enloquecida,
sin más razón que el propio impulso
de su cuerpo moreno, atento
a la vanidad de los claveles,
a los rosales adversos, que se ríen,
y a las banderas desplegadas,
que advierten 
el advenimiento del fuego.

ASÍ, todo será luz, templanza,
sonido líquido de hojas 
en la fronda de los árboles,
en el saber de los helechos y los búhos,
en las constelaciones y, finalmente,
en mi memoria maltrecha,
que se resiste,
a desterrar alguna sombra doliente. 


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