LA MUJER Y EL ALGARROBO

Foto: Sebastiao Salgado

INMERSO en el ombligo candente del verano,
hay un patio perfectamente rectangular, 
de tierra compactada por millones de pisadas.
ES el universo, patio-universo, 
patria de un Algarrobo bajo el cual, una mujer
indescifrable desgrana con sus dedos,
los haces de luz que se descuelgan de las ramas,
o las hojas.
Ella, en su sabiduría impecable del quebracho,
los fogones o las parras que dan sombra en
el verano, no alcanza a entender la naturaleza
de esos granos amarillos cual maíz,
que se vierten y a la vez, se escapan de sus dedos.

Todos los días, a la misma hora, se interna
bajo la sombra protectora del árbol,
poblada de millones de hendiduras,
nacida de la tierra compacta del patio, que también
cobija a incontables yuyos, malas hierbas
y árboles inmensos, que nunca plantó nadie.

Y sucede, que cuando ella frota yema contra yema,
percibe un calor que no emana de su cuerpo,
ni del patio, compactado por siglos de pisadas.
Es, por gracia de la magia o de la ciencia, 
el calor del sol, que morirá exactamente, 
ocho minutos antes que ella.
Pero en su mundo, repleto de universos y de estrellas,
nunca entrarán estas mágicas verdades,
que para ella, seguirán siendo un fragmento
inaccesible del espacio, del patio
y del árbol.


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