HERNÁN, EL GORRIÓN QUE VINO DE UNA ESTRELLA



EL VIAJE



Un quince de octubre, entrada ya la noche,

nació en la tierra, Hernán.

Un hermoso gorrión venido de una lejana estrella.

Nadie, en absoluto, sabe cómo esto fue posible.

Traía, en su cuerpo diminuto,

galaxias de saber,

y una misión que era, ni más ni menos,

que la de cambiar muchas, muchas vidas.

Debajo de una de sus alas,

portaba un diminuto trapo rojo,

que envolvía miles, millones de semillas.

Cada una, de un color diferente.



Él, tan frágil y pequeño, no sabía nada de esto,

aunque ya pudiera percibir

(una especie de súper-poder)

la mirada de su madre y de su padre que,

atónitos ante tanta belleza,

sólo atinaban a sonreír y mirarse a los ojos.

Y es que desde el momento en que nació,

Hernán supo anidar en el corazón de quienes lo rodeaban.




Así pasó el tiempo, y fue creciendo,

transformándose en un ser de luz

que saltaba entre las ramas de los árboles,

sedientas de sol y de lluvia.

Cada rama, cada hoja y cada brote,

conocían un secreto diferente de su pequeña cabecita,

repleta de sueños y visiones

que él les confiaba, a solas,

cuando nadie podía verlo, ni oírlo.



Le gustaba dibujar cosas que brotaban de sus alas:

pequeñas aldeas, personajes extraños,

naves espaciales y otras tantas cosas

que sólo él conocía.

Alguna tarde, mostraba estos dibujos a su padre,

quien se quedaba pensativo ante tantos detalles

para él incomprensibles.

Otras veces, sólo callaba,

y cogiendo con sus alas diminutas

el rostro de su progenitor, le decía:

“Te quiero”

Sin saber que este simple hecho,

Convertía a su orgulloso padre,

en el ser más feliz de la tierra y de los mares,

del espacio exterior y el de más allá.




Porque hay un más allá,

donde habitan los seres que Hernán dibujaba.

Y es que todos llevamos dentro ese más allá.

Unos lo dibujan, otros lo pintan, otros lo convierten en música,

en pedazos de cielo, en nubes,

en réplicas exactas del mundo,

del vasto universo que está ahí, al alcance,

no de nuestras alas,

pero sí de nuestra imaginación.

Así fue, pues,

Como empezó este viaje por la imaginación.

Bendita diosa de la magia






LOS DÍAS DE LA SEMANA



EL LUNES



Su nombre viene de Luna, o sea que el lunes,

es el día de la luna; según los griegos antiguos.

Como a muchas criaturas de esta tierra,

a Hernán, no le gustan los lunes.

Porque, aunque el sol se levante vestido de oriente,

lavando sus ojos con agua de nubes,

pintando las hojas,

los graneros y las montañas;

y se asome vestido de cielo,

extendiendo sus brazos en todos los lares

para alcanzar cada palmo de tierra,

Hernán, debe levantarse muy temprano,

(Cosa que no le gusta nada)

con el sol tempranero como compañero,

que reparte fragancias,

en breves poblados con cuerpo de nieve.



El sol es un disco repleto de estrellas,

un rey estridente que hoy, por ser lunes,

se viste de gala, de espuma y canciones.

Aunque a nuestro gorrión,

siga sin gustarle tanto madrugar.




EL MARTES



El nombre de este día, viene de la palabra Marte.

Sí, igual que el planeta rojo

del que tanto se habla hoy en día.

El día de Marte. Bonito ¿No?

Pues ayer lunes fue el día del sol,

y Hernán madrugó.

Pero ya el martes,

 y se siente feliz al desplegar sus alas

e ir de rama en rama,

bañado por los ríos de la luz.

Y es que cada día es, para él, diferente.

Como si tuviesen, el lunes, el martes…

cada cual un rostro diferente;

incluso voz propia,

y manos, y pies, y brazos para abrazar.



A menudo el pequeño pájaro piensa en esto,

y siente que hay días que le gustan más que otros:

Días amigos para jugar y otros para hablar.

Días de lluvia y días de sol,

cada cual, en su lugar.




EL MIERCOLES



EL nombre de este día proviene de la palabra Mercurio,

que era un dios romano muy antiguo.

Hernán, cada miércoles

coge el ala de su padre, mira el cielo,

y pregunta, y juega

una y otra vez, a ver quién vuela más alto,

o quién da más besitos.



En ocasiones, su padre le cuenta historias,

y Hernán abre enormes los ojos,

para ver si así escucha mejor

lo que le cuenta su padre terrestre.

Porque le gusta oír esas historias,

aunque se haga el distraído,

mientras imagina, por ejemplo,

cómo son los rubíes que lleva un reloj en su barriga,

cómo es esa tierra inmensa,

desde la que vino su padre, volando.

Imagina las tormentas, los árboles enormes,

los pájaros de colores.

Imagina tantas cosas,

que su cabeza bulle sin parar.

Porque a algún día, Hernán quisiera viajar

a ese lugar tan lejano.






EL JUEVES



Este día sí que es especial.

Su nombre proviene de la palabra Júpiter,

que era el dios del cielo y del trueno

para los antiguos romanos.

Y es en los jueves,

aunque el sol no logre

desprenderse de la lluvia,

o el viento campe fuerte a sus anchas por las ramas,

el pequeño Hernán suele sentirse feliz,

como flotando en el blanco algodón de las nubes.



Será porque el jueves,

el trapito rojo que trajo repleto de semillas,

está abierto de par en par, tentando a su imaginación,

y al caleidoscopio universal

que guarda en su pequeña cabeza marrón

de plumas suaves y tizón.



¿Quién anda entre las ramas estos días?

¿Quién despierta los frutos y el vapor?

¿Quién anuda los sueños, y teje con ellos

un tapiz multicolor?

Y es que cada jueves, Hernán

al soñar, es el sol,

las nubes, y el cielo.




VIERNES



El nombre de este día, proviene de la palabra Venus,

que era la diosa romana del amor.

Hermoso nombre para un hermoso día,

en el que, casualmente, Hernán suele estar muy,

muy feliz.

Tal vez por la llegada del fin de semana,

en el que tendrá mucho tiempo

para imaginar y construir

ese mundo fantástico que él contiene.

Primero afilará sus lápices.

Luego sacará todos sus pequeños muñecos,

unos que parecen guerreros espaciales,

otros que parecen raros animales

y otros, los que él más adora,

que no tienen una forma precisa.

Será que el secreto radica en que,

al no tener una forma definida,

él puede, con su imaginación,

crearlos a su gusto.

Luego pasará un rato en silencio,

observando cada una de sus figuras,

cambiando de postura y ángulo,

hasta memorizar el mínimo detalle.

Después, no mucho,

cogerá folios en blanco

y empezará a dibujar su universo,

en blanco y negro,

porque a él le gusta así.

EL SÁBADO



Es el primer día del fin de semana.

Su nombre proviene de una palabra hebrea,

Sabat, que significa reposo.

Es un día para descansar y recrear nuestro espíritu.

Además, si el tiempo despierta jocoso,

y las nubes no empañan los ojos del sol,

miles de pájaros se dispersan por toda la bóveda celeste…

Bóveda y celeste.

Hermosa metáfora para nombrar al cielo.

A Hernán, le gusta llamarlo así,

imaginando que un día surcará con una nave espacial,

los confines del cielo.

Y del universo, que está siempre ahí,

tan lejos y tan cerca a la vez,

esperándonos como la tierra espera al agua.

Porque, aunque Hernán sea un simple gorrión,

tiene sueños con alas muy largas.

Alas de color, como una flor.

Y es que todos, toditos, soñamos.

Algunos, sueñan con ser cóndores, que miran la tierra desde muy alto.

Otros van más lejos

y sueñan con hacer largos viajes, o ser grandes cantores.

Sábado: Hermoso día para soñar,

tanto si hay sol como si llueve.

Aprendamos a soñar,

a cogernos de la mano y creer que todo es posible.

Sea sábado, lunes, o en cualquier otro día.




DOMINGO



Por fin llega el santo grial de los días,

el domingo.

Su nombre tiene diferentes orígenes,

que ahora no vienen al caso.

¿Sabes? Hasta hace no mucho tiempo,

el domingo era el primer día de la semana.

No el lunes, como es en nuestros días.

Para Hernán, y para tantos otros seres

que pueblan nuestro bello planeta,

el día domingo es algo…especial.

A veces extraño.

Como si fuese el final de algo más que la semana.

Hay quienes ríen, se divierten

y festejan con júbilo la dicha de estar vivos en este día.

Hay quienes lo ven como un día para pensar,

o descansar, sin más.

También hay pájaros que se ponen tristes,

y emiten cantos melancólicos.

Y es que el domingo es un día muy,

muy particular, del que dijimos,

era el santo grial de los días.

¿Sabes por qué?

Porque se parece mucho a Hernán, o viceversa.

¿Quién se parecerá a quién?

Vaya uno a saber.

Entre el domingo y Hernán,

siempre con tiento has de andar.




LA MISIÓN



Alguien, no sé quién,

dijo al principio de estas páginas,

que nuestro gorrión tenía una misión muy importante.

Tan importante, como para cruzar toda una galaxia.

¿Recuerdas cuando dijimos, que de su travesía

traía un trapito rojo lleno de semillas?

¡Cada una de un color diferente, además!

También dijimos que los jueves,

ese trapito se abría mágicamente,

dejando a la vista todas esas maravillas intergalácticas.

Pues, cada una de esas semillas y estrellas eran,

todo mezclado,

ni más ni menos que un pedacito de voluntad,

otro de esperanza y otro de alegría,

con un poco de miel y de luz,

que Hernán iba sembrando, con amor,

en lo más hondo del corazón de cada árbol,

de cada pájaro, de cada flor,

y de cada mujer u hombre que iba conociendo

durante su estadía en este mundo.

Y así fue, hasta que un día, la estrella que lo había enviado,

le dijo que era hora de regresar.

Que, al fin y al cabo, su misión estaba ya cumplida.

Entonces, de repente, recordó que tenía una hermana

a muchos años luz de allí, y que ella había guardado en su corazón,

miles de flores y hojas para que él las cuidara,

hasta que volvieran a verse.




EL LEGADO



Todo sucedió muy de prisa antes de irse, mientras el planeta tierra seguía girando sin parar. Los trenes siguieron haciendo sonar sus silbatos. Los barcos siguieron cruzando los mares, y los pájaros siguieron migrando de un lado a otro, según la estación del año.

No obstante, esos pequeños fragmentos de luz, esperanza y entereza que Hernán dejó en cada uno de nosotros, fue creciendo, haciéndose grande. Desde entonces y muy poco a poco, el mundo se fue convirtiendo en un lugar mejor para todos.

Pero fue justo antes de su partida, cuando él subió por última vez a las ramas del árbol que él más amaba, para contarle a las hojas, dos historias que no olvidaron nunca: “El árbol de la lluvia” y una Nana.

Todos queremos que este mundo sea, para nuestros pequeños gorriones, un mundo mejor y más justo. Todos, sin excepción, querríamos ser Hernán y atravesar una galaxia con un millón de esperanzas bajo el ala. Pero lo que aún no sabemos es que todos podemos. Está ahí, al alcance de nuestras alas, de nuestras patas, o nuestras manos. Soñar siempre. Ese el secreto.




EL ÁRBOL DE LA LLUVIA



Hay un árbol junto al rio

Que ya empieza a florecer,

Pues la lluvia le dio encargo

De llamarla cada vez.

Crece y crece cada día,

Nunca deja de crecer.



El verano ya se acerca

Con su lengua de papel.

Y si el árbol no cantara

Cuando el viento se hace de él

No vendrían ya las nubes

Ni volvería a llover.

Árbol viejo, árbol luz

Canta, canta cada día

Tus canciones de vergel,

Pues los campos están secos

Y ya es hora de llover.




NANA PARA HERNÁN



De los brazos de su madre

Vino a tientas mi gorrión.

Tiene el pelo enmarañado

y la voz de tulipán.

Y aunque el cielo sea de nubes

Sólo tengo que coger

Sus alitas de retoño

Para el sol volver a ver.

Hijo mío

Mi gorrión,

No te pierdas en los bosques

Ni te sientes,

Sigue andando.

Todo pasa tan fugaz…

Algún día en la vigilia

Yo tus alas he de ver.

Hijo mío, hijo flor,

No te pares, no te sientes,

Pues la vida es muy fugaz.


Dedicado a mis hijos y a todos los que se atreven a soñar
y creer que un mundo mejor es posible.

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